Mi cartel de la corrida del sábado, día de la Mercè, tampoco me lo pidió nadie, me lo pidió el cuerpo, y también fué por iniciativa propia, sin pretender ni publicitarme ni, mucho menos, cobrar un céntimo a nadie. Creí, y lo sigo creyendo, que los que se encartelaron aquella tarde también merecían un homenaje pictórico y, alguno, tal vez más que otros.

Y dado que estamos en el sábado, os diré que nada más llegar a la andaná nos encontramos una pareja bien aposentá que ocupaba nuestras localidades, y muchas más alrededor. La señora ni se dignó a dar las buenas tardes pero, murmurando quejosa, ora por el humo, ora por la afluencia, ora por tanto público, finalmente liberó el cemento que nos correspondía.

De igual manera procedió con los vecinos, no sólo de sus teóricos asientos sino de tres o cuatro filas más, como mínimo.

Hasta que se reubicaron por allí no cejaron en dar el coñazo. La cosa no se acabó aquí, la señora no se cansó de meterse con quién criticó la presentación de los toros, mientras ella despreciaba a los toreros actuantes ese día y, más tarde, se sumó fanáticamente y de manera exagerada a la bronca contra Morante. El domingo se comportó igual, menos con un torero.

Últimamente, siempre que acudo a la Monumental de Barcelona me acuerdo del doctor Mariano de la Cruz. Un personaje muy entrañable. Lo encontrábamos cada domingo con su puro tomando notas en la barrera del tendido 1.

Aunque no lo traté más que ocasionalmente en la plaza – era un gran conversador y cuando nos veía en el bar o por los pasillos de sombra acostumbraba a solicitarnos nuestro parecer sobre tal o cual acontecimiento taurino – le tuve una especial admiración. Cada lunes, mi primera actividad era leer su crónica taurina. Como no podía ser de otra manera, hoy también he recordado al Dr. de la Cruz. Por eso, y en homenaje, le dedico aquí unas páginas, aprovechando para recomendar este libro: "Mens sana in corpore insepulto", de Jaume Boix i Arcadi Espada. Edicions 62. Barcelona, 2002.

El doctor Mariano de la Cruz (1921-1999), psiquiatra, humanista, amante de las artes y de les letras, director teatral, gastrónomo, tertuliano, crítico de toros, cultivador vocacional de l'entregent y gran conocedor, no sólo por oficio, de la sociedad barcelonesa del último siglo, dictó estas páginas a Jaume Boix y Arcadi Espada en la serie de conversaciones que mantuvieron con frecuencia semanal durante el último año y medio de su vida hasta tres días antes de morir. Condenado irremisiblemente por el cáncer y plenamente consciente de que se había embarcado en el viaje final, el doctor De la Cruz fue dejando la vida a medida que la decía. Gracias, pues, a su carácter de conversador impenitente y algunas decenas de cintas y apuntes, se ha podido escribir este libro. Como que presagiaba que no lo llegaría a leer, sugirió titularlo "Mens sana in corpore insepulto". Su última burla de la muerte.